Comencé mis primeros pasos en el seminario colaborando en la parroquia de San Camilo de Lelis, así que nos encomendamos hoy a la intercesión de este caritativo santo italiano del siglo XVI que tanto bien hizo (y hace ahora desde el Cielo para darnos un corazón generoso y entregado).
Damos inicio a la lectura continua del libro del Éxodo con el punto y final a la bella historia de José. De modo dramático lo narra: «Surgió en Egipto un faraón nuevo que no había conocido a José».
Perdida la memoria de preciosos eventos pasados y méritos adquiridos ante el pueblo egipcio, cambian las tornas para el pueblo hebreo que comienza a padecer los temores del faraón en forma de dura esclavitud.
Es característico en la historia de la humanidad escribir relatos épicos, construir edificios y monumentos que mantengan vivo en el tiempo los méritos de personas, acontecimientos y victorias del pasado. Así se levantan imponentes arcos y se erigen esculturas que llenan los rincones y plazas de todos los pueblos y ciudades; incluso se ponen placas donde nacieron personajes relevantes.
Pero de igual modo que se levantan, pueden también destruirse. Y así aparece el olvido. Hay dos tipos de olvido: uno es involuntario, y es el que narra hoy el Éxodo. Se trata de la mera ignoracia. Si no conoces a una persona, nunca la amarás, ni buscarás recordarla.
Pero hay otro modo más dramático, consciente y calculado: la «damnatio memoriae» (condena de la memoria). Forma parte del devenir de la historia humana, haciendo desaparecer edificios, esculturas, bibliotecas y cualquier vestigio de ciertos personajes o hechos históricos. Ejemplos hay allá donde vayas.
En el pueblo de Israel ha sido siempre muy importante la memoria de los acontecimientos que narra la historia de la salvación. El cristianismo ha llevado esa memoria a un extremo irrenunciable: la memoria de Cristo como centro de la historia de la humanidad. No perdamos nunca la memoria de lo que ha hecho el Señor: la lectura continua de la Sagrada Escritura ha sido siempre un gran remedio para que, día a día, paso a paso, vayamos enriqueciéndonos con los bellos relatos bíblicos.
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